Deportistas asmáticos

Publicada en Publicada en Artículos

El mejor tratamiento es recobrar la salud

Por el Dr. Phil Maffetone

Traducción de Ester Galindo

 

A raíz de un artículo mío, titulado “Unhealthy Olympians — Who’s to Blame?” (Olímpicos con mala salud: ¿de quién es la culpa?), muchos lectores me hicieron llegar sus dudas. Hubo varios que me preguntaron sobre el asma y algunos me dijeron que les parecía que se trataba de un problema muy común. Y así es. El asma es una dolencia muy extendida entre los atletas, y se correlaciona con un estado de salud pobre.

El asma es una enfermedad respiratoria crónica que se caracteriza por episodios, o momentos, en que a la persona le cuesta respirar. Estos síntomas se derivan de una inflamación crónica y el pertinente estrechamiento de las vías respiratorias que entran y salen de los pulmones. Las quejas más habituales de los asmáticos son: dificultad para respirar, tos, silbidos y dolor en el pecho.

El asma es una dolencia tratable, y con esto no me refiero a tomar medicamentos para enmascarar los síntomas, sino a mejorar la salud general del cuerpo a fin de eliminar el problema de raíz. Naturalmente, algunas personas pueden requerir de la medicación adecuada en momentos puntuales, pero el hecho de mejorar la salud permite reducir, e incluso dejar, el tratamiento farmacológico.

Se sabe que hay múltiples factores ambientales que desencadenan los síntomas asmáticos, tales como el aire frío, el cloro, las alergias alimentarias y de otro tipo, e incluso, la práctica de ejercicio físico (de ahí lo del “asma inducida por el ejercicio”), pero ninguno de estos factores per se constituye la causa del asma. Como es difícil determinar lo que realmente origina la enfermedad (no es un tema genético), necesitamos adoptar un enfoque diferente para ayudar a los pacientes que la padecen; y dicho enfoque pasa por mejorar su salud en general.

Por lo general, las personas sanas no sufren asma. De ahí deducimos que, si mejoramos la salud general de aquellos que la sufren, estaremos ayudándoles a deshacerse de ella. Este ha sido siempre mi enfoque a la hora de tratar a numerosos pacientes con asma.

Resulta obvio que una gran parte de los problemas de salud —desde la mayoría de las lesiones físicas y los problemas intestinales hasta la fatiga y la presión arterial alta— podrían solucionarse con sólo hacer que el individuo mejorara significativamente su estado de salud en general. Las personas sanas (incluidos los atletas), no sufren fatiga, alergias, trastornos del sueño, problemas de azúcar en sangre ni asma. Y aunque el principal objetivo de la mayoría de los atletas sea mejorar su forma física, el hecho de optimizar la salud en general presenta múltiples ventajas, ya que además de acabar con las enfermedades crónicas como el asma, contribuye a aumentar el rendimiento deportivo.

En los Estados Unidos, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades informan de que aproximadamente el ocho por ciento de los estadounidenses padece asma. Sin embargo, en algunos deportes, especialmente en los de resistencia, se registra una incidencia mucho mayor de esta dolencia.

Los datos recopilados recientemente por Pascale Kippelen y sus colegas de la Universidad de Brunel (Reino Unido), y por otras universidades del resto del mundo (British Journal of Sports Medicine. 2012; 46(7): 471-476), muestran que, en los últimos cinco Juegos Olímpicos de verano e invierno, un ocho por ciento de los atletas sufría de asma, siendo ésta la enfermedad crónica más común entre los atletas olímpicos. La mayor incidencia de asma se halla entre los esquiadores fuera pista (15 %), nadadores y ciclistas (17 %). Los niveles más bajos se registran entre esquiadores de descenso y buceadores (ambos, en torno al 4 %), mientras que los triatletas presentan los índices más altos de asma: un 25 %.

La mayoría de estos atletas olímpicos utiliza inhaladores (beta-2 agonistas) para dilatar los bronquios de los pulmones y así facilitar la respiración. Los atletas que toman medicamentos para el asma han superado de manera reiterada a aquellos rivales que no eran asmáticos ni tomaban esta medicación.

En 2009, la Agencia Mundial Antidopaje (AMA) empezó a eliminar medicamentos para el asma de su lista de medicamentos no aprobados. Primero fue el salbutamol y, en 2012, se eliminó de la lista el formoterol. La razón es que, a pesar de que los asmáticos que se medicaban ganaban a los demás atletas, la AMA determinó que las pruebas de laboratorio que vinculaban estos medicamentos con un mayor desempeño deportivo no eran suficientemente concluyentes.

Es cierto que las investigaciones no han aportado pistas útiles en cuanto a la causa del asma (probablemente porque es tremendamente variable e individual), pero hay numerosos médicos que sí lo han hecho. A lo largo de toda mi carrera, el asma constituyó siempre una queja muy común por parte de los atletas que acudían a mi clínica. En la mayoría de los casos resultaba posible eliminar esta dolencia en aquellos individuos que realizaban los cambios necesarios para mejorar su salud, es decir, mejorando la alimentación, el entorno, el estrés y otros factores de su estilo de vida.

En dichos atletas, los tres problemas más comunes asociados con el asma eran: el sobreentrenamiento, la inflamación crónica y la intolerancia a los carbohidratos. La dificultad radicaba en que, en un sentido clínico —y debido a que estos tres problemas suelen estar interconectados—, tratar sólo uno o dos de ellos a menudo no reducía los síntomas del asma. A continuación, os presento un resumen de estos tres problemas y sus respectivas soluciones. (En otros de mis artículos y libros describo éstas y otras cuestiones con mucho más detalle, para que sea la persona misma la que determine sus necesidades específicas.)

Sobreentrenamiento

El sobreentrenamiento suele interpretarse de manera errónea y, en su etapa inicial, numerosos atletas (y entrenadores) o bien no reconocen el problema o bien no aceptan que se hallan en tal estado de deterioro físico. La típica imagen que tenemos de un atleta sobreentrenado es que está agotado, roto, derrotado y se siente incapaz de entrenar o de rendir como se espera. Pero esta imagen es más típica de la última de las tres fases del sobreentrenamiento. Lo más habitual durante la segunda fase es sufrir lesiones de poca gravedad, alguna enfermedad y un bajón en el rendimiento, por lo que esto ya suele captar la atención de la mayoría de los atletas. Pero, al principio, el síndrome del sobreentrenamiento es muy sutil: cursa con lesiones leves, alguna que otra gripe y —en el caso de estar bien monitorizados— se registra una primera reducción de la función aeróbica y la correspondiente quema de grasas. Debido a que esta primera etapa constituye el inicio de un desequilibrio en el sistema nervioso simpático (ahora hiperactivo), es posible que el atleta mejore su rendimiento por un tiempo, dando la impresión errónea de que su entrenamiento va viento en popa.

Las dos partes del cuerpo más afectadas entre los atletas sobreentrenados, a lo largo de las tres fases, son el tracto intestinal y el sistema inmune. Los estudios demuestran que, entre los atletas de élite, del 30 al 40 por ciento de las visitas a los profesionales de la salud se deben a una función inmune mermada. Esta inmunidad reducida, que puede dar pie a alergias, se vincula estrechamente con el asma. Asimismo, más de la mitad de todos los atletas de resistencia se quejan de algún tipo de malestar intestinal.

Todavía más que los problemas inmunológicos e intestinales, entre los atletas sobreentrenados lo habitual son las lesiones físicas que se derivan de todo ello. Esto les lleva a “auto-tratarse” con fármacos antiinflamatorios para controlar los síntomas. Se ha demostrado que este tipo de medicamentos pueden ralentizar la recuperación, además de afectar al músculo, el intestino y el sistema inmune. La aspirina, en particular, puede empeorar el asma.

Inflamación crónica

Este problema tan habitual que afecta a todo el cuerpo no sólo es el responsable de numerosas lesiones físicas, tales como tendinitis, artritis y bursitis —”itis” indica inflamación—, sino también de los bronquiolos inflamados de los asmáticos. El sobreentrenamiento per se podría hacer que las vías bioquímicas del cuerpo entraran en un estado inflamatorio crónico, pero los alimentos que comemos tienen, también, un impacto significativo. De hecho, la alimentación puede regular los mecanismos inflamatorios del cuerpo tanto, e incluso mejor, que los fármacos.

En concreto, el equilibrio de los aceites (grasas) que comemos puede afectar directamente al equilibrio de las sustancias químicas inflamatorias y antiinflamatorias que fabricamos por todo el cuerpo. Los dos aceites más importantes son los llamados ácidos grasos omega-6 y omega-3.

Un exceso de omega-6 y/o muy pocas grasas omega-3 en la dieta constituye el mayor problema a la hora de tratar la inflamación crónica. Los alimentos más populares ricos en omega-6 son los aceites vegetales, entre los que se cuentan el de soja, cacahuete, cártamo, girasol, maíz y canola. Estos pueden contribuir a fabricar más sustancias químicas inflamatorias que cualquier otro alimento por sí solo. Debido a su impacto sobre la inflamación, eliminar estos aceites de la dieta resulta clave, si se quiere mejorar la salud en general. Reemplazarlos por aceite de oliva virgen extra, aceite de coco, mantequilla o manteca (ecológicos), es algo sencillo de hacer. El problema radica en que muchos alimentos envasados y, en particular, las comidas de los restaurantes contienen altas cantidades de dichos aceites vegetales proinflamatorios.

Otro motivo de la alta incidencia de inflamación crónica entre la población es el poco consumo de grasas omega-3. El aceite más rico en omega-3 es el que procede del pescado, ya que contiene EPA. Como la mayoría de las personas no consume suficiente pescado fresco, que es el que contiene estos aceites, tomar un suplemento dietético de EPA procedente de aceite de pescado puede ayudar significativamente a equilibrar la relación de ácidos grasos omega-6 y omega-3.

Hay otros factores que influyen en la capacidad de las grasas ingeridas para controlar la inflamación crónica: evitar el estrés excesivo y alimentarse de manera adecuada, con una dieta saludable y rica en alimentos vegetales. Los carbohidratos refinados también pueden contribuir significativamente a la inflamación crónica.

Intolerancia a los carbohidratos

La epidemia de sobrepeso —que ya afecta incluso a la comunidad deportiva— se debe en gran parte al consumo excesivo de carbohidratos refinados. Con ello nos referimos a los alimentos que presentan un alto índice glucémico, como: pan, cereales, pasta, patatas, barritas energéticas, bebidas deportivas y otros alimentos y productos elaborados con harina de trigo refinada y las diversas formas de azúcar procesado (desde la sacarosa hasta el jarabe de maíz de alta fructosa).

El consumo de estos alimentos hace que el cuerpo libere más hormona insulina, la cual, además de incrementar las sustancias químicas inflamatorias del cuerpo, también puede mermar el metabolismo de las grasas y, por tanto, hacer que se acumule más grasa corporal.

No es raro que los asmáticos se maravillen de lo bien que se encuentran tras realizar el test de las dos semanas sin carbohidratos, ya que ven cómo se reducen, e incluso desaparecen, los síntomas más significativos. Asimismo, y puesto que las reacciones alérgicas constituyen los desencadenantes más comunes en las personas con asma, las alergias al trigo (que se descubren con el test) suelen tener un papel estelar en esta dolencia.

Así pues, resulta indispensable que cualquier persona que desee gozar de una salud óptima reduzca significativamente —o mejor todavía, elimine por completo— los carbohidratos refinados. (El consumo de alimentos azucarados durante los eventos de resistencia no suele constituir un problema, ya que la producción de insulina se reduce al mínimo en tales situaciones.)

Una nota sobre la colina

Además de tomar suplementos de aceite de pescado, las personas que sufren de asma suelen requerir de una mayor ingesta de colina. La colina es un nutriente esencial, que a menudo se vincula con las vitaminas del grupo B (aunque oficialmente no se clasifica como tal). Aparte del hígado, la mejor fuente de colina es la yema de huevo.

La colina es un nutriente clave para el cerebro, los músculos y la función hepática, y también puede ayudar al sistema nervioso a controlar mejor la acción bronquial, probablemente debido a que tiene efectos antiinflamatorios.

En un principio, a la mayoría de los asmáticos que he tratado, tuve que recetarles un suplemento de colina, en dosis entre moderada y alta: por ejemplo, 500 mg varias veces al día hasta que la respiración mejoraba y ellos iban aumentando la ingesta de colina a través de la dieta.

En conclusión: el mejor tratamiento contra el asma es mejorar la salud en general. Si bien es cierto que cada persona es un mundo, el sobreentrenamiento, la inflamación crónica y la intolerancia a los carbohidratos acostumbran a ser los tres problemas más habituales entre los atletas que padecen asma.

(Visited 18 times, 1 visits today)

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *