La grasa buena es saludable

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Dr. Phil Maffetone
Traducción: Ester Galindo

Incluir grasas (aceites) en la dieta influye, de una manera decisiva, en nuestro buen estado de salud y forma física, porque las grasas contienen ácidos grasos esenciales. Hay una serie de nutrientes que nuestro cuerpo no puede fabricar por sí mismo y que, por consiguiente, debemos obtener de aquellos alimentos que contienen grasas naturales. Las grasas que ingerimos tienen, además, otros beneficios. Si las consumimos en abundancia, se almacenan primero en el cuerpo y, luego, nuestro organismo las utiliza para realizar toda una serie de funciones importantes, como producir energía, activar ciertas hormonas, sostener y proteger el cuerpo, recuperarlo del ejercicio físico, prevenir lesiones, mantener la función cerebral y otros factores que contribuyen a tener una salud óptima, tal y como veremos a continuación.

 Evitar adrede las grasas saludables puede perjudicar nuestra salud y forma física, ya que podemos acabar sufriendo una deficiencia de ácidos grasos esenciales e, incluso, de energía.

Mientras que una cantidad significativa de grasa corporal puede destinarse a producir energía, cantidades más pequeñas pero igualmente significativas desempeñan, también, un papel muy importante en la regulación del metabolismo. Estas grasas pueden ayudarnos a recuperarnos de un día de trabajo, una jornada en el huerto, un entreno o una carrera, así como del desgaste de la vida cotidiana, pero solamente si están bien equilibradas. De hecho, este aspecto del metabolismo de las grasas se vincula con la prevención de enfermedades.

 Los múltiples aspectos metabólicos del equilibrio de las grasas se hacen patentes a través del mecanismo inflamatorio del cuerpo, que repara y previene lesiones (también la pérdida de masa ósea), regula el dolor, previene numerosas enfermedades (cáncer, alzhéimer y muchas más) y lleva a cabo otras muchas tareas vitales, como la de envejecer con salud.

Los elementos básicos de las grasas se denominan ácidos grasos, del mismo modo que la glucosa y los aminoácidos son los componentes básicos de los carbohidratos y las proteínas, respectivamente. Si equilibramos los ácidos grasos de las grasas que ingerimos, cosecharemos los múltiples beneficios de una mejor salud —física, química y mental-emocional—, puesto que la grasa influye en el funcionamiento de numerosas partes del cuerpo.

Si bien muchas personas ya presentan signos y síntomas asociados con el desequilibrio de los ácidos grasos, los primeros indicios de que existe un problema metabólico suelen no ser evidentes. ¿Tienes tus grasas equilibradas? Una simple lista te puede ayudar a dar con la respuesta.

La siguiente lista, en la que se enumeran varios factores de riesgo, constituye un protocolo de autoevaluación que te ayudará a discernir si tus grasas están equilibradas. Marca con una cruz aquellas afirmaciones que sean aplicables a tu estado actual.

  • La aspirina y los medicamentos antiinflamatorios no esteroideos alivian mis síntomas.
  • Padezco inflamación crónica o algún tipo de «-itis» (artritis, colitis, tendinitis…).
  • Ya tengo en mi historial (o presento un mayor riesgo de sufrir) alguna enfermedad del corazón, infarto cerebral o presión arterial alta.
  • Suelo comer en restaurantes o platos de comida rápida.
  • Sigo una dieta baja en grasas.
  • Suelo sentirme deprimido.
  • He tenido algún tipo de cáncer o tumor.
  • A veces noto que disminuye mi agudeza mental.
  • Padezco diabetes o en mi familia hay un historial de diabetes.
  • Tengo más de 50 años.
  • Mis análisis de sangre muestran un aumento de los triglicéridos o del colesterol.
  • Tengo cierta intolerancia a los carbohidratos.
  • Sufro de alergias o asma.
  • Tengo problemas intestinales, como diarreas, estreñimiento o úlceras.

Si marcaste uno o más de estos elementos, hay una gran probabilidad de que tus ácidos grasos no estén equilibrados, por lo que tu riesgo de sufrir problemas de salud aumenta. Cuantas más afirmaciones de arriba hayas marcado, más probabilidades tienes de sufrir alguna complicación. El síntoma más habitual de un desequilibro en las grasas es la inflamación.

 

QUÉ ES LA INFLAMACIÓN

Nuestro cuerpo puede desarrollar dos tipos de inflamación: aguda o crónica. Echemos un vistazo a cada una de ellas.

La inflamación aguda es la manera que tiene el cuerpo de responder al desgaste diario, causado por el estrés físico y químico, y repararse a sí mismo. Toda esta actividad requiere de cierta recuperación. Una suave vuelta en bici o incluso un breve paseo andando producen sustancias químicas que causan una leve inflamación en todo el cuerpo, como parte de un complejo proceso de recuperación. Una lesión aguda también causa inflamación: el área caliente, hinchada y enrojecida de un corte en un dedo es un buen ejemplo de este proceso inflamatorio normal. Una vez que la inflamación inicial ha puesto en marcha la curación, el cuerpo produce sustancias químicas antiinflamatorias que detienen el proceso de inflamación y permiten que se complete la curación.

La inflamación crónica se desarrolla cuando el cuerpo no es capaz de producir suficientes sustancias químicas antiinflamatorias, a menudo debido a un desequilibrio en las grasas (un exceso de estrés físico, una mala recuperación y una dieta desequilibrada también pueden contribuir a ello). Sin un equilibrio adecuado de las grasas y una actividad antiinflamatoria adecuada, incluso un entrenamiento suave puede contribuir a perpetuar la inflamación crónica. Lo importante a destacar aquí es que la inflamación crónica constituye la antesala de múltiples problemas de salud. Problemas como 1) lesiones físicas (artritis, tendinitis, fascitis plantar); 2) dolor; y 3) enfermedades crónicas más serias, como el asma y las alergias, el cáncer, el alzhéimer, las patologías cardiacas y otras. Podemos evitar muchas de ellas con solo equilibrar nuestros ácidos grasos.

CÓMO EQUILIBRAR LAS GRASAS

Hay dos pasos muy importantes a la hora de equilibrar las grasas. El primer paso consiste en utilizar grasas y aceites concentrados para cocinar y aliñar, además de otros alimentos. Y aquí hay que tener en cuenta tres cosas básicas:

  • Para cocinar, hornear y saltear, utiliza aceite de coco, ghee, mantequilla ecológica o manteca de cerdo ecológico. El aceite de oliva es mejor tomarlo crudo.
  • Evita todos los demás aceites vegetales, de semillas y de frutos secos, como los de girasol, soja, cártamo, maíz, canola, colza y cacahuete. (El aceite de sésamo es saludable en pequeñas dosis. Eso sí: debe consumirse siempre crudo, nunca cocinado, y de sello ecológico. Y conservarse en el frigorífico.)
  • Evita todas las grasas trans (hidrogenadas o parcialmente hidrogenadas).
  • Por desgracia, las grasas usadas en la mayoría de los restaurantes y en los alimentos preparados y envasados no son nada saludables; debes evitarlas a toda costa.

Una segundo paso clave para equilibrar las grasas es ingerir una cantidad prácticamente igual de grasas omega 3 y grasas omega 6. Echemos un vistazo a cada una de ellas.

Las grasas omega 6 se encuentran en muchos vegetales. Evitamos los aceites concentrados porque su contenido en omega 6 resulta excesivo, pero consumir hortalizas frescas, crudas o ligeramente cocinadas en cada comida es lo mejor que puedes hacer. Estos alimentos contienen un ácido graso esencial llamado ácido linoleico (AL) que, en pequeñas cantidades, produce un potente efecto antiinflamatorio. Los suplementos dietéticos habituales de omega 6, que contienen grandes cantidades de ácido gamma-linoleico, o GLA, son los aceites de borraja, onagra y semillas de arándano. Pero, tal y como veremos a continuación, es preciso tomarlos con precaución para que no nos desequilibren las grasas. La mayoría de las personas consumen demasiadas grasas omega 6.

Las grasas omega 3 se encuentran, principalmente, en el pescado de agua fría. También están presentes, pero en cantidades mucho menores, en las legumbres, las semillas de lino, las nueces, los vegetales y en la carne de animales salvajes o que comen pasto natural. El pescado es la fuente principal porque contiene una grasa muy importante llamada EPA (ácido eicosapentanoico), que tiene un alto poder antiinflamatorio. Las grasas omega 3 de origen no animal contienen ALA (ácido alfa-linolénico), pero no contienen EPA. Una vez dentro del cuerpo humano, la linaza y otras grasas omega 3 que contienen ALA no se convierten en EPA con facilidad. La mayoría de las personas consume muy pocas grasas omega 3, especialmente las que contienen EPA.

Las personas que no tienen bien equilibradas las grasas omega 3 y las omega 6 suelen sufrir más enfermedades, lesiones y trastornos de salud. Lo cierto es que la mayoría de las dietas presentan un exceso de grasas omega 6 y un déficit de omega 3. Uno de los motivos es que comemos poco pescado de agua fría. Por eso es importante tomar suplementos de aceite de pescado para restaurar el equilibrio. La linaza y demás grasas omega 3 de origen no animal no resultan adecuadas. Si eres de los que evitas comer productos animales, lo más efectivo será que tomes suplementos EPA a base de algas.

Las sustancias químicas inflamatorias proceden de dos fuentes. Por un lado, se generan a partir de otro ácido graso llamado ácido araquidónico (AA). Este ácido, que también es una grasa omega 6, se encuentra en los huevos, la carne, el marisco y otros alimentos de origen animal.

Y ya hemos visto que la inflamación es una primera fase crucial para el proceso de curación y un factor muy importante para recuperarte de un entreno o cualquier actividad física.

Otra función importantísima del AA es que ayuda a generar nuevas células cerebrales y a repararlas.

La contribución de estos alimentos a la inflamación es,  no obstante, relativamente menor, si la comparamos con la segunda fuente, ya más seria, de grasas inflamatorias.

El exceso de aceites vegetales y otras grasas omega 6 pueden alejarnos de las sustancias antiinflamatorias y fomentar las inflamatorias, por lo que estas grasas constituyen el principal origen de la inflamación crónica.

Hay dos acciones que pueden ayudarnos a impedir que las grasas omega 6 contribuyan a la inflamación:

La primera acción consiste en consumir suficiente EPA, que reduce la conversión de las grasas omega 6 en sustancias químicas inflamatorias.

La segunda acción consiste en evitar los carbohidratos refinados, incluido el azúcar, puesto que favorecen la conversión de los omega 6 en sustancias inflamatorias.

Es asimismo importante llevar una dieta y un estilo de vida saludables, ya que hay otros factores que influyen en el equilibrio entre sustancias inflamatorias y antiinflamatorias. Entre estos factores están:

  • Obtener nutrientes adecuados a través de los alimentos (no de suplementos), como las vitaminas B6, C, E y niacina, y minerales como el magnesio, el calcio y el zinc. Una dieta saludable y equilibrada, libre de comida basura, nos proporcionará todos estos nutrientes.
  • Evitar las grasas trans, presentes en los aceites hidrogenados o parcialmente hidrogenados.
  • Consumir una cantidad adecuada de proteína, que ayuda a reducir las sustancias químicas antiinflamatorias.
  • Ciertos fitonutrientes, presentes en los alimentos, pueden ayudar a equilibrar el proceso inflamatorio. Algunos de ellos son el jengibre, la cúrcuma, la piel de los cítricos y todos los alimentos de la familia de la cebolla, como el chalote, el cebollino y el ajo. Todos ellos reducen la inflamación.
  • Evitar el estrés tanto como se pueda, ya que contribuye a liberar sustancias inflamatorias.
  • La edad aumenta el riesgo de sufrir un desequilibrio en las grasas. Podemos compensarlo llevando una dieta y un estilo de vida lo más saludables posible… empezando hoy mismo.

 

Medicamentos antiinflamatorios: cómo funcionan y nos dañan

Hay muchas personas que toman varios tipos de analgésicos y otros fármacos, especialmente antiinflamatorios no esteroideos (AINE) con la esperanza de que les alivie ciertos dolores crónicos y, en el caso de los atletas, para mejorar su rendimiento en competición. La mala noticia es que estos medicamentos suelen causar todavía más estrés en todo el cuerpo. La mejor manera de controlar el dolor y la inflamación es comiendo cantidades adecuadas de grasas saludables y manteniéndolas en equilibrio.

La aspirina y todos los demás AINE, incluido el ibuprofeno y el Naproxeno, inhiben temporalmente la enzima COX (ciclooxigenasa o prostaglandina-endoperóxido sintasa) para que el cuerpo fabrique menos sustancias inflamatorias. Si bien esto reduce la inflamación, dichos medicamentos pueden eliminar, también, las sustancias antiinflamatorias naturales del cuerpo. Mientras tanto, la causa del problema (el desequilibrio en las grasas) sigue sin ser tratado. Aquí lo importante es darse cuenta de que, si al tomarte una aspirina o cualquier otro medicamento AINE te sientes mejor es que, seguramente, tus grasas no están equilibradas.

Aquí tienes algunos de los efectos secundarios de los AINE:

  • Frenan el proceso de recuperación y reparación del cuerpo.
  • Causan problemas intestinales, incluso sangrado, en prácticamente todas las personas que los toman (sin ellas darse cuenta, incluso).
  • Pueden causar disfunción muscular y no necesariamente reducen el dolor muscular derivado del entrenamiento y la competición.
  • Pueden mermar la capacidad del cuerpo de reparar el estrés en las articulaciones y los huesos.
  • Pueden dañar los riñones, sobre todo cuando la persona está deshidratada.
  • Pueden alterar el sueño.
  • No necesariamente reducen toda la inflamación.
  • Causan estrés en el sistema inmunitario.
  • Pueden contribuir, de hecho, a sufrir lesiones.

 

 

 

Análisis de sangre para la inflamación

Un simple análisis de sangre puede confirmarnos la presencia de un proceso inflamatorio. Un test de proteína C reactiva (PCR) es el medio más preciso para detectar la inflamación, ya que registra niveles muy bajos de esta proteína. Por consiguiente, este test permite predecir el riesgo de sufrir una enfermedad coronaria o un infarto cerebral en personas que, en principio, están sanas. Lo que yo sugiero es que te hagas un test de PCR cada cierto tiempo, junto con tus habituales análisis de sangre. Si el resultado no es normal, aplícate bien para equilibrar tus grasas y hazte un análisis cada seis meses hasta que tus valores sean normales. Los niveles de PCR deberían ser inferiores a 1 mg/L, que indica el menor riesgo de desarrollar una enfermedad cardiovascular (entre 1 y 3 mg/L, una persona tiene un riesgo medio, mientras que un PCR superior a 3 mg/L se asocial a un riesgo elevado).

Otros análisis de sangre incluyen la velocidad de sedimentación globular (VSG) o eritrosedimentación. Este análisis de sangre que se realiza de manera habitual para comprobar la inflamación puede hacerse con las muestras de sangre tomadas para otros análisis o con un simple pinchazo en el dedo. Un conteo sanguíneo completo (CSC) mide los glóbulos blancos y también puede indicar si existe inflamación. Compara tus resultados con los rangos de referencia facilitados por el laboratorio.

 

DOS TIPOS DE GRASA CORPORAL ALMACENADA

El cuerpo humano posee dos tipos distintos de grasa corporal: la marrón y la blanca. Ambas formas de grasa corporal son partes activas y vivas de nosotros, y ejercen una gran influencia en nuestro metabolismo. La mayor parte de nuestra grasa es blanca. En hombres atléticos y muy delgados supone un 5 % de su peso total, mientras que en personas obesas puede superar el 50 % del peso corporal total. La grasa marrón constituye solamente un 1 % del total de grasa corporal en las personas adultas sanas, mientras que es mucho más abundante en los recién nacidos sanos.

La grasa marrón, también llamada tejido adiposo marrón o grasa parda, nos ayuda a quemar grasa blanca, algo muy importante para cualquier persona. Si la grasa marrón no funciona de manera adecuada, nuestra grasa corporal puede aumentar.

Ciertos alimentos pueden estimular la grasa marrón y aumentar la quema de grasa en general. Comer varias veces al día, cinco o seis pequeñas comidas saludables en lugar de una, dos o tres más copiosas, por ejemplo, puede activar un proceso denominado termogénesis —una importante estimulación metabólica que ocurre tras las comidas y quema las grasas. Sin embargo, si nuestra ingesta calórica es demasiado baja, la grasa marrón puede ralentizar la combustión de la grasa blanca. Esto puede ocurrir si seguimos una dieta baja en calorías o baja en grasas y cuando nos saltamos alguna comida.

Algunas grasas de la dieta también estimulan la grasa marrón. Las mejores son las grasas omega 3 del aceite del pescado y del aceite de oliva virgen extra. La capsaicina, la sustancia responsable del sabor picante de ciertos pimientos, puede estimular la grasa parda. Utilízala en tus platos, tanto crudos como cocinados.

Otros alimentos que aumentan la actividad de la grasa marrón son los que llevan cafeína, pero esta debe tomarse solamente si se tolera bien. Y habrá que evitarla por completo si sufrimos estrés, pues entonces las glándulas suprarrenales trabajan demasiado, lo cual hace que la grasa se almacene y la quema de grasa se reduzca. En cualquier caso, evita siempre el café, el té y los productos con chocolate que contengan azúcar, pues este sí que frena la quema de grasas.

La grasa parda está, en gran parte, controlada por la temperatura de la piel. Si nos acaloramos en exceso durante un entreno, la actividad de la grasa marrón puede hacer que quememos menos grasa blanca. Abrígate poco para entrenar o ve quitándote ropa a medida que vayas entrando en calor. Los baños calientes y las saunas son beneficiosos para la salud, pero para evitar que mermen el metabolismo de las grasas, es preciso que luego enfríes el cuerpo durante 1 o 2 minutos, ya sea con una ducha o un baño de agua fría. El frío estimula la grasa marrón. Por lo que, si enfriamos las áreas del cuerpo que contienen grasa marrón, estimularemos la quema de grasas.

La grasa marrón se concentra alrededor de los hombros, parte posterior de los brazos, entre las costillas y la nuca. Todas estas áreas deben mantenerse frescas y evitar que se calienten en exceso tras los entrenos y en los días calurosos. (La baja temperatura corporal se asocia con una menor capacidad de quemar grasa, algo que suele deberse a un mal funcionamiento de la tiroides.)

 

Los múltiples beneficios de las grasas monoinsaturadas

Este es el tipo de grasa que debemos consumir mayoritariamente con nuestra dieta. Se ha demostrado que las grasas monoinsaturadas, también llamadas oleicas u omega 9, resultan muy beneficiosas para la salud, pues ayudan a prevenir el cáncer, las enfermedades del corazón, la obesidad y otras enfermedades crónicas. La dieta mediterránea es relativamente alta en grasas monoinsaturadas, motivo por el cual está considerada como una de las dietas más saludables del mundo. En algunos casos, sabemos cómo la grasa moninsaturada puede prevenir enfermedades. Se sabe que este tipo de grasa hace subir el colesterol «bueno» (HDL) y rebaja el colesterol «malo» (LDL), y esto puede mejorar sobremanera nuestra salud cardiovascular.

La grasa monoinsaturada también es muy estable al calor y prácticamente inmune a la oxidación, tanto al cocinarla como al exponerla al aire y la luz.

Los alimentos que contienen más grasas monoinsaturadas son los aguacates, las almendras y las nueces de macadamia; hay otros frutos secos y semillas que también contienen cantidades moderadas. El aceite de oliva contiene un alto porcentaje de grasa monoinsaturada y constituye uno de los mejores aceites para aliñar ensaladas y otros alimentos.

El mejor aceite de oliva, que es el menos procesado y el más nutritivo, es el virgen extra: contiene grandes cantidades de fenoles, que son los fitonutrientes más potentes, mientras que casi todos los demás aceites carecen de ellos.

Si incluyes aceite de oliva virgen extra en la mayoría de tus platos, además de comer alimentos que son ricos en esta saludable grasa monoinsaturada, como aguacates y almendras, estarás dando un paso muy importante hacia el equilibrio de tus grasas.

 

LOS MÚLTIPLES BENEFICIOS DE LA GRASA

Además de controlar la inflamación, el hecho de ingerir grasas nos aporta otros muchos beneficios. Durante décadas, todas estas ventajas no han llegado al grueso de la población porque la grasa ha sido presentada, hasta la saciedad, como la «mala malísima» de nuestra dieta diaria. Lo cierto es que la grasa es una de las sustancias más beneficiosas de nuestra dieta y, en cambio, suele ser el ingrediente que nos falta, tanto a deportistas como a personas sedentarias, para poder disfrutar de una buena salud y un óptimo rendimiento físico. El problema es que la industria alimentaria sigue confundiendo a la sociedad con su bien financiada campaña contra la grasa. Y esta ha contribuido a crear las actuales deficiencias en ácidos grasos que han dado como resultado cuadros inflamatorios en forma de enfermedades cardiacas, cáncer, osteoporosis y otras. La conclusión acerca de las grasas en la dieta es la siguiente: tan peligroso es excederse como quedarse corto. Se trata, simplemente, de equilibrar las grasas buenas y evitar las malas:

Las grasas buenas son aquellas que la naturaleza nos brinda: aceite de oliva, aceite de coco, mantequilla, manteca de cerdo y la grasa de pescado y otros animales.

Las grasas malas son las artificiales y las muy procesadas, como las grasas trans y las grasas sobrecalentadas de los alimentos fritos, las cuales pueden causar serios problemas de salud. La mayor parte de la comida basura está repleta de grasas malas. Las patatas chips, las patatas fritas y el pollo frito, por mencionar solo algunos, son ejemplos de estos alimentos con grasas nocivas. Muchas de estas grasas dañinas se encuentran en los alimentos envasados y en las comidas de los restaurantes, sobre todo en los aceites vegetales que estos utilizan (distintos del de oliva y el de coco). Si consumes este tipo de alimentos, alterarás el equilibrio de grasas de tu cuerpo y fomentarás la inflamación crónica.

Los científicos saben de la importancia de las grasas en la dieta desde 1929, año en que un equipo de investigadores descubrió y demostró que ciertos ácidos grasos eran esenciales para la salud humana. A continuación, destacamos algunos de los múltiples beneficios que tiene la grasa dentro de una dieta saludable.

Prevención y tratamiento de enfermedades. Ahora sabemos que las grasas resultan cruciales para controlar la inflamación, la cual constituye la primera fase de la mayoría de las enfermedades crónicas (cáncer, patologías cardiacas, alzhéimer…).

Energía. La grasa evita depender en exceso de la energía a corto plazo procedente del azúcar. La grasa proporciona más del doble de energía potencial que los hidratos de carbono: nueve calorías por gramo en lugar de solo cuatro calorías. El cuerpo es capaz de obtener gran parte de su energía de la grasa, siempre y cuando el metabolismo esté funcionando de manera eficiente. Incluso el músculo del corazón utiliza grasa para generar energía.

Hormonas. El sistema hormonal es el responsable de controlar numerosas funciones necesarias para la salud. Y las hormonas producidas en las distintas glándulas —glándulas suprarrenales, timo, tiroides, riñones y otras— dependen de la grasa.

Eicosanoides. Estas sustancias similares a las hormonas son necesarias para que las células funcionen de manera correcta a la hora de regular la inflamación (tal y como hemos apuntado más arriba), la hidratación, la circulación sanguínea y los radicales libres. Estas sustancias se fabrican directamente a partir de las grasas de la dieta. Un desequilibrio en los eicosanoides también puede estar relacionado con los calambres menstruales, la coagulación de la sangre, el crecimiento de tumores y otros problemas, así como un aumento del dolor.

Aislamiento térmico. La capacidad del cuerpo de almacenar grasas permite a los humanos vivir en regiones de calor y frío extremos. También permite a los atletas competir en dichos entornos. En las regiones más cálidas del planeta, la grasa almacenada protege del calor y evita que el cuerpo pierda demasiada agua y, por tanto, que se deshidrate. En sitios más fríos, la grasa acumulada bajo la piel evita que el cuerpo pierda demasiado calor.

Piel y pelo sanos. La grasa posee cualidades protectoras que también confieren a la piel ese aspecto suave, liso y terso que muchas personas intentan conseguir mediante carísimas cremas cosméticas. El aspecto saludable de la piel procede de la grasa interna.

Digestión. Si no hay suficiente grasa en la dieta, la vesícula no secreta bilis suficiente para realizar una buena digestión. La grasa presente en una comida también ralentiza el vaciado del estómago, lo cual hace que se digiera mejor todo y, en particular, las proteínas. Si siempre tienes hambre, probablemente es porque tus comidas son bajas en grasas y tu estómago se vacía con demasiada rapidez. Las grasas también ralentizan la absorción del azúcar por parte del intestino delgado, lo cual impide que la insulina aumente demasiado y con excesiva rapidez. Básicamente, la grasa hace que el índice glucémico de las comidas se reduzca.

Soporte y protección. La grasa almacenada ofrece soporte físico y protección a las partes vitales del cuerpo, incluidos los órganos y las glándulas. Esto es especialmente importante para los corredores, pues soportan niveles más altos de estrés debido a la gravedad. La grasa actúa como un amortiguador natural. Además, evita que los órganos se hundan debido a la fuerza de gravedad. Las grasas también pueden proteger el cuerpo de los efectos nocivos de los rayos X.

Regulación de vitaminas y minerales. La mayoría de la gente sabe que, al exponer la piel al sol, nuestro cuerpo produce vitamina D.  Pero, en realidad, es el colesterol de la piel el que permite que tenga lugar esta reacción. La vitamina D recién formada pasa a la sangre a través de la piel y facilita que el intestino absorba correctamente el calcio y el fósforo. Además de la vitamina D, otras vitaminas (A, E y K, entre otras) necesitan de la grasa para su correcta absorción y aprovechamiento. Determinados eicosanoides de la grasa que ingerimos también ayudan a transportar el calcio hasta los músculos y huesos. Sin esta actividad, podríamos sufrir fracturas por estrés, calambres musculares y otros problemas físicos.

Gusto. Una función muy agradecida de la grasa es que hace que la comida resulte mucho más sabrosa. Los alimentos sin grasa o bajos en grasa suelen ser bastante insípidos, por lo que los fabricantes les añaden azúcares para mejorar el sabor. La grasa también satisface tu hambre física al aumentar la saciedad. Ante una comida baja en grasa, el cerebro sigue mandando el mismo mensaje una y otra vez: ¡come más! De hecho, si sigues una dieta baja en grasa, es más que probable que acabes ganando peso, pues intentarás alcanzar esa sensación de «ya no tengo más hambre» por la vía de comer más y más.

Y un último dato: un 60 % o más del cerebro es grasa. Sin grasas saludables, el cerebro no puede funcionar con normalidad.

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