Cada cierto tiempo algún cliente me escribe para conocer mi opinión con respecto al último superalimento de moda. Sin obviar las posibles bondades de la cosa en cuestión, suelo recordarle a la persona que aquí de lo que se trata es de alimentarse, a diario, con comida de verdad y mantenerse lo más lejos posible de los ultraprocesados. Mmmm…. ¿sí?
Cada día que pasa me doy más cuenta -y tomo buena nota- de que estamos tan obsesionados con hallar la píldora definitiva que acabe con todos nuestros males, que se nos olvida el enorme botiquín de emergencia que llevamos puesto de serie desde que nacimos: la (auto)compasión. Sí, lo sé, suena algo cursi y bastante fuera de lugar, pero tengo mis argumentos.
Como ex-enferma de anorexia que yo misma fui a los 19 años, mi convicción al respecto no puede ser más grande. Por encima de cualquier alimento supercalifragilisticoespialidoso, hay un nutriente esencial que ningún ingrediente exógeno jamás podrá cubrir: la benevolencia para con una misma. A mis 46 años -y afortunadamente con una salud más recia que a mis 20 (cuando sólo pesaba 42 kg)-, lo tengo claro cristalino: sin compasión no hay vida. Sin afecto no hay vida. Sin amor propio no hay vida. Puede haber supervivencia, no digo que no. Y para una persona con un profundo conocimiento de sí misma (y, por tanto, con una gran compasión por sí misma), vivir como un eremita puede constituir una experiencia sublime y excelsa. Para la mayoría de las personas, sin embargo, para aquellas que seguimos leyendo etiquetas (y artículos) en busca de la fórmula mágica de la felicidad y la salud perennes, la mirada benevolente hacia todo lo que experimentamos por dentro constituye, sin lugar a dudas, el superalimento más esencial e insustituible que ahora mismo pueda imaginar.
¿Eres capaz de sonreír cuando estás a solas contigo mismo? ¿Te permites sentir lo que sientes sin juzgarte por ello? ¿Eres capaz de gozar del calor del sol en invierno y dejar que nutra cada célula de tu piel? ¿Logras mirarte con benevolencia y comprender las necesidades que te llevan a actuar o pensar de esta manera y no de otra? ¿Consigues perdonarte a diario y tomar nota de lo vivido? ¿Te das permiso para expresar tu verdad?
Veo en mi entorno mucho sufrimiento por dar cuanto más y mejor a los hijos, por llevar cierto estilo de vida, por estar guapos, por estar a la última en todo, por parecer feliz, por ser cada día nuestra mejor versión y por estar a la altura de todos los compromisos que nosotros mismos nos hemos creado. Veo, en todo ello, una enorme carencia de autocompasión y una gran falta de comprensión hacia las necesidades que en verdad tenemos. Veo en los ojos de las personas mucha angustia por el qué dirán… y, sobre todo, por el que ellas mismas se van a echar en cara cuando estén a solas consigo mismas.
Nada nos nutre más ni mejor que la benevolencia. Compadécete, con todo tu cariño y comprensión, de esa parte de ti que desearía hallar la píldora definitiva contra el sufrimiento humano… Cuéntale que no existe tal cosa y abrázala bien fuerte mientras lo haces. ¡Ahí tienes tu superalimento!